Voy tocando puertas,
nadie contesta.
Hay una casa, me parece conocida… Tengo recuerdos de ella,
en ella.
Alguien, desde algún lado me grita: “No hay nadie en casa”
-Está vacía-.
Comienzo a mirarla, detallarla; luce desolada, abandonada,
dolida, fría y sin vida… Pero sigue en pie, como esperando que alguien venga y
la reviva.
Me siento perdida, ella solía ser hermosa, alegre, llena de
gritos y risas, ¿Qué le pasó?
Su dueño la abandonó, dijo alguien a mi lado.
Yo la sentí fuera de lugar, como si no perteneciera más a
ese sitio, como si quisiera esconderse para derrumbarse en paz…
Pobrecita, debe sentirse sola.
Yo quiero entrar, una fuerza se apodera de mí, es como si
quisiera devolverle todo lo que ha perdido. -Es mi naturaleza-
Y entonces la casa me dice que no me moleste, que está
derrotada.
-Hago caso omiso- La pinto, la
adorno, la lleno de todo lo que hace falta para revivir una casa, pero la casa
necesita a su dueño… no a mi.
Su dueño ya no volverá, porque consiguió una casa más
grande, más luminosa y espaciosa, una casa mejor.
Y mientras tanto la casita, la pobre casita luce más bonita
que nunca, pero sigue sola, triste y abandonada.
Nadie quiere a la casita, aunque todos la miran y la
admiran.
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