Llega la madrugada, por momentos te recuerdo, lo suficiente
como para darme cuenta de cuanto extraño hablar contigo, de que extraño incluso
las peleas, esa facilidad con la que nos hacíamos molestar… y todo eso que venía
después siempre.
Escucho a lo lejos aquellas gotas caer, esas que te deleitaban.
Me mantengo firme, porque aunque “tengo bolas”, me falta
voluntad. Por lo menos en lo que a ti respecta.
Trago grueso, pienso en cómo pasaron las cosas y recuerdo
entonces que no me quieres como yo te quiero, como quiero que me quieras; que
se escapa de mis manos porque no hay nada que pueda hacer para que eso cambie, porque
no puedo obligarte a sentir algo, nada.
Me digo que debo tener paciencia conmigo misma, que ya
pasará, que pronto dejaré todo esto atrás, que llegará eso que espero, hablo y
hablo… y me consuelo sin parar, pero sin llorar…
Últimamente hablo más que de costumbre conmigo misma.
La vida no es justa, pero hay que vivirla valientemente,
arriesgarse y caer.
Los raspones en las rodillas y hasta las heridas más
profundas se curan y siempre nos recuerdan algo. Las heridas de amor, por otro
lado, son como las heridas de guerra, pero invisibles. Hay que llevarlas con
orgullo. Seguir adelante sin mirar atrás es uno de los actos más difíciles, yo
me obligo a superar, arranco los retrovisores y agradezco a un Dios en el que
tu no crees por ser miope y por mi astigmatismo, así no puedo ver pa’tras.
Tomo mi resolución, la abrazo fuerte y digo: “Aquí es donde
tienes que ser terca, cabeza dura y orgullosa mijita”
Si no es ahora, ¿Cuándo?
Alguien abrió mis ojos y sopló todas las basuritas que tenía
y no me dejaban ver, esa persona me dijo: “Así como hacía contigo, debe estar
haciendo con ‘la nueva’ no seas tonta”
“Se está acostando con otra” –Resonaba en mi cabeza–
Debo admitir que te traigo a mi mente a propósito, en momentos
específicos, aparece aquella foto dibujada en mis ojos cerrados <>.
Mientras tanto,
en alguna parte del mundo,
TÚ
1 comentarios:
Bien
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