Aun me parece ayer, aun puedo sentir tus manos grandes y
gorditas, tus dedos gruesos, tu espalda ancha y esa mirada de miel, dulzura
sobre mi, el calor que emanabas y por sobre todas las cosas, la seguridad que
sentía en cada uno de tus abrazos, tus besos, tus palabras, tus gestos, todo en
ti me decía que eras de esas personas que no se repiten dos veces en la vida,
no eras como los demás y los demás no querían ser como tu, eras especial en la
mejor de las maneras, eras único, lo sigues siendo.
Muchas noches han pasado desde aquellas en las que me
rodeabas con tus brazos, porque siempre estábamos unidos de alguna forma, tu
rodilla rozando las mías, tu brazo pegado al mío, nuestras manos unidas,
abrazados, incluso aquellas veces en las que nos acostábamos a ver televisión
terminábamos enredados, se abrazaban desde nuestras piernas hasta los brazos,
como si nos hubiésemos anudado, yo era como un tornillo y tu la rosca,
cualquiera podría pensar que era súper incomodo ver la televisión así, pero
nosotros necesitábamos el contacto, yo necesitaba de la seguridad de tu cuerpo
amarrado al mío, del contacto constante y tu necesitabas mi agarre…
O al menos eso parecía.
Contaba contigo y tú conmigo.
Le decreté al universo que sería en alma y mente siempre
tuya y así ha sido hasta ahora.
A ti te cumplí todas las promesas que hice y ni eso fue suficiente.
He estado culpándome todo este tiempo por lo que pasó y lo
que no, culpé mi carácter explosivo, culpé a mis berrinches, a mi necesidad de
estar cerca de ti, a mis celos, a mi inseguridad y a mis miedos.
Pero yo sola no eché a todo perder, porque hasta para
cagarla se necesitan dos.
-Tú mismo tenías un carácter bastante difícil-.
A estas alturas ya no es cuestión de quién tuvo la culpa de
qué.
Solo me pregunto a veces, ¿qué pude haber hecho diferente
para que justo ahora no me odiaras?
Aún no sé la respuesta, aún la sigo buscando en abrazos de
otros brazos.
Porque la gente se cansa de estar sola, porque ya no quiero
seguir en guerra conmigo, porque tanta penitencia puede enloquecer a
cualquiera.
Y a veces siento que son los mismos brazos, pero ya no me
comprometo con ningún brazo que venga a querer darme la seguridad que alguna
vez encontré en tu nido.
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